jueves, 3 de diciembre de 2020

 María Constanza Revilla Meneses (María Orozco)

 

Un 19 de Septiembre del año 1877, en la apacible Villa de Guadalupe, pueblo fervientemente devoto y de ideas acendradas tradiciones culturales, nace una niña a quíen sus padres llamarían María Constanza.

Su padre, Don José María Revilla, laborioso agricultor, y la madre doña Toribia María Meneses, generosa ama de casa.


Hija de este cálido hogar, compuesto de seis miembros, la niña María Constanza muy pronto manifestaría sus cualidades humanitarias aprendiendo de su amorosa madre, primero la fe en Dios y luego la devoción a la Virgen Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona Santa de lugar, a quién veneraba y sentían como la mayor fuente de inspiración de todos sus actos humanitarios. 


Desde muy niña, María Constanza sintió en su delicada sensibilidad que el sufrimiento humano, el dolor y la desesperanza del prójimo serían su mayor preocupación. Por este motivo en sus frecuentes visitas al entonces recién creado Hospital Tomás Lafora, sintió nacer desde el fondo de su ser un fuerte deseo de ayudar a los enfermos a aliviar sus padecimientos; primero fortaleciendolos espiritualmente y luego ayudándoles a ingerir los medicamentos, los que para entonces tenían un sabor muy poco agradable y eran tan horribles como la propia enfermedad, debido al poco desarrollo de la farmacopea.


María Constanza visitaba las casas de los enfermos para evaluar su mejoría y ayudarles a completar las incipientes terapias médicas y entonces. No importaba si los pacientes vivieran cerca o en sitios retirados, en Guadalupe o en pueblos aledaños. En la mayoría de los casos sus pacientes eran personas muy humildes, quienes no tenían un centavo para pagarle, pero esto no desalentaba sus cuidados, muy por lo contrario, los pacientes de escasos recursos eran los mejores atendidos. Cuando algún paciente se reprochaba asimismo el no poder pagar por los servicios recibidos, María Constanza le calmaba diciéndole: “No te preocupes hijo, ayer atendí unos pacientes que me pagaron lo suficiente y eso alcanza también para ti”.


Pero hubo una de las especialidades médicas que la generosa María Constanza mejor aprendió dentro de sus inclinaciones médicas: a la atención de alumbramientos.


Dado que en las primeras décadas del siglo XX la especialidad de la Ginecología y la Obstetricia no estaba todavía definida como  especialidad médica, motivo por el cual se carecía en los hospitales de estos especialistas. 

Un prominente médico y destacado investigador de la ciencia médica de entonces, el doctor Nicolás Cavassa, por aquellos años prestaba servicios en el emblemático Hospital Tomás Lafora. Habiendo advertido este galeno las innatas cualidades humanitarias de María Constanza, no dudo en enseñarle a instruirla con las mejores técnicas obstétricas para atender partos, que era un servicio muy recurrente en el medio. María Constanza, que era una jovencita muy inteligente y cuidadosa, aprendió rápido.


No obstante haber contraído nupcias con El agricultor, Don Pedro Torres Galarreta y haber engendrado una familia con siete hijos, (5 varones y 2 mujeres), María Constanza, a quién también se le conocía con el nombre de María Orozco, se dio abasto para proseguir con su  sacrificado oficio de partera.


Durante más de cuatro décadas se dedicó en Guadalupe y pueblos vecinos del valle Jequetepeque a asistir con mucha pericia el alumbramiento de tantos niños y niñas como sus fuerzas se le permitían.  Su destreza y cuidados se hicieron muy famosos y requeridos, pues era solicitada en las principales casas hacienda de la Provincia de Pacasmayo, asimismo por las principales familias de la ciudad de Guadalupe. Pero las familias de condición modesta y humilde eran las preferidas de María Constanza.


Gracias a su pericia y prudencia, nunca una paciente pereció bajo sus cuidados. Cuando se le presentaba cuadros médicos con alguna paciente, esta era derivada a los médicos correspondientes para una atención especializada.


La principal característica de su labor fue que nunca convirtió su servicio en un medio para enriquecerse ni aprovecharse del prójimo en los momentos más difíciles. Su servicio fue un verdadero apostolado muy humanitario. No condicionaba pago alguno para brindar su bien aprendido oficio de partera.


En muchos casos según algunos testimonios, ayudaba económicamente a las pacientes para que puedan comprar sus medicinas, pues su condición humilde por el abandono del hogar por parte del esposo, complicada la situación económica de la paciente.


Las cualidades de generosa dama y el diligente servicio dispensado por María Constanza, así como sus humanitarias virtudes y, en muchos casos sacrificios personales, no pasaron desapercibidos por la opinión pública de la época y los medios de comunicación de entonces. En el diario La Gaceta del mes de Julio de 1966, se da cuenta que la señora María Revilla Meneses de Torres, respetable dama Guadalupana, quien en muchas ocasiones mereció diversos reconocimientos y premios por parte de las autoridades políticas, religiosas y educacionales, el 28 de julio de 1966, en ceremonia especial con motivo de la efeméride de fiestas patrias la municipalidad de Guadalupe había acordado distinguirla con diploma y la medalla de oro de la ciudad. Este merecido homenaje no se pudo realizar.


El 17 de Julio del año 1966, a los 89 años de edad, con una sonrisa en sus labios, con la satisfacción del deber humanamente cumplido a cabalidad, María Constanza se despidió de sus familiares y allegados, se encomendó a Dios y partió de este mundo al que con sus cuidados y gran calidad humana había ayudado a ser mejor.


María Constanza Revilla Meneses,  en favor de los enfermos y parturientas de Guadalupe y el Valle Jequetepeque, representa las cualidades más elevadas y altruistas de la mujer Guadalupana.

Guadalupe, Abril del año 2012.

Gracias al aporte cultura de Jeremías Eaerle Changra.