NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
EXTREMADURA ESPAÑA
HISTORIA DEL CULTO Y CRONICA DE LA CORONACION CANONICA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
PRESBITERO WENCESLAO AGUILAR L.
ANTECEDENTES HISTORICOS
Antiquísima es la imagen de nuestra Señora de Guadalupe venerada en Extremadura. Esta labrada de madera oriental, pero se ignora el nombre del artífice y en que época fue tallada. Ya en el Siglo VI se hallaba en poder del Papa San Gregorio Magno, quien la veneraba en su oratorio particular, del que la sacaron en ocasión muy aflictiva para la ciudad de Roma, asolada por una extraña y mortífera epidemia.
Muchísimas personas sucumbieron heridas del terrible azote, cuya manifestación externa consistía en repetidos estornudos, a lo que inmediatamente seguía la muerte. De allí la frase “DIOS TE AYUDE”, dichas por los que se hallaban al lado de la persona contagiada con el terrible mal.
Con tan triste motivo cundió por la Ciudad Eterna un pánico extraordinario. El mismo pontífice San Gregorio, cuyo antecesor Pelagio había muerto de tan extraña dolencia, movido por una inspiración del cielo, saco procesionalmente por las calles de Roma a la imagen de la Santísima Virgen, que guardaba en su oratorio, y en el acto cesó la epidemia que tantos estragos había ocasionado entre los romanos.
COMO VINO A ESPAÑA
Compréndese fácilmente por lo expuesto, cuanto aumentaría la estimación del Santo Papa a tan milagrosa imagen, y cuan grande debía ser por lo tanto el afecto que profesaba a la persona a quien hizo donación de ella y que no fué otra que el insigne San Leandro Arzobispo de Sevilla, a quien conoció el Papa San Gregorio en Constantinopla, donde era Legado Pontificio cuando San Leandro fue a pedir al emperador que prestase su valioso apoyo a San Hermenegildo, perseguido por su padre Leovigildo, partidario del arrianismo.
Mientras residío San Leandro en Constantinopla, tuvo muy frecuente trato con el entonces Legado y después Papa San Gregorio, quien al ser elevado al solio pontificio, se acordó de su amigo y le rogó que pasase a Roma para ayudarle con sus luces y consejos a gobernar la nave de Pedro, invitación que declinó el insigne arzobispo de Sevilla, por hallarse a sazón ocupado en preparar la conversión de Recaedo, el cual había de mudar de manera tan feliz los destinos de la nación española.
Comprendió desde luego el Papa San Gregorio la razón que asistía a San Leandro para no abandonar a España en aquellas circunstancias; más como insistiera el Pontífice en el deseo de tener su lado a un varón de extraordinarios dotes de ciencia y santidad, para que le asesorase en los arduos asuntos encomendados a su cuidado como Vicario de Jesucristo en la tierra no pudiendo San Leandro prestarle su concurso personal por la razón antedicha envióle a su hermano San Isidro, cuya sabia cooperación agradeció tanto San Gregorio que cuando aquel regresó a España después de haber prestado muy señalados servicios a la Santa Sede, le hizo donación de varias reliquias y de la milagrosa imagen de la Santísima Virgen que tenía en su oratorio, para que se la entregase a San Leandro en testimonio de su gratitud por haberle enviado tan excelente auxiliar y consejero.
Partióse de Roma San Isidro con las santas reliquias y la venerada imagen al finalizar el siglo VI. Pronto experimentó el benéfico influjo de la sagrada efigie de la Madre de Dios. Apenas el navío que le conducía a España se hallo en alta mar, levantóse recia tempestad que lo puso a punto de naufragio, con grande riesgo de la tripulación y pasajeros.
Aunque sin resultado feliz, puso en práctica el capitán de la nave cuantos medios puede emplear un marino valeroso y experto para capear el peligro temporal. Ya soló quedaba encomendar a Dios la salvación de las almas, perdida la esperanza de salvar los cuerpos.
Mas en aquel desesperado trance, el espíritu de Dios iluminó el entendimiento de San Isidro y movió su voluntad a que sacase de la cámara donde estaba depositada la imagen de la Santísima Virgen, y haciéndola llevar sobre cubierta arrodillóse ante ella rodeado de la tripulación y pasajeros y todos suplicaron con vivas instancias a la Reina de los cielos que lo ampare en aquel terrible trance. La excelsa Señora acogió favorablemente su plegaria, pues en aquel mismo punto amainó el viento, se fué sosegando el imponente oleaje que amenazaba tragarse la nave, y pudo ésta navegar sin tropiezo alguno por la superficie de las aguas suavemente onduladas.
Con mar bonancible y viento de popa llego el navío al puerto de Cádiz. Habiendo desembarcado, llevaron procesionalmente la santa imagen por las calles, y a su paso se agolpó numeroso gentío que enterado del milagro que había salvado las vidas del santo Prelado y de sus compañeros, se unió a estos para tributarle el homenaje de su fervoroso culto. Otro tanto sucedió en Sevilla, en cuya iglesia mayor quedo depositada con grande pompa y solemnidad.
DURANTE LA DOMINACION ARABE
Allí permaneció hasta que la invasión de los árabes obligó a los cristianos a replegarse a las regiones septentrionales para librarse del furor agareno.
En aquella triste y accidentada huída procuraron nuestros antepasados sustraer a la profanación mahometana las reliquias, imágenes y demás objetos sagrados.
La imagen de la Santísima Virgen, fue del número de las salvadas por un grupo de cristianos fugitivos que partieron camino a Extremadura. Penetrando en dicha región, se detuvieron al pié de una áspera montaña, por la que fueron subiendo tras un breve descanso, hasta que tropezaron con una cueva abierta en las breñas. En ella depositaron la sagrada imagen con otras varias reliquias. Hicieron luego de todo el correspondiente inventario del que dejaron un ejemplar firmado, haciendo constar la procedencia de todos los objetos que allí quedaban depositados, para que pasada la borrasca que le había obligado dejar sus hogares, fueran reconocidos y vueltos a los lugares de su procedencia, evitando así que las profanasen y destruyesen los moros.
Pronto invadieron éstos la región extremeña y en ella se establecieron, dando nombres arábigos a los lugares que ocupaban. De ahí que la montaña donde quedó oculta la imagen de la Santísima Virgen tomase el nombre del río que de ella descendía y que los moros llamaban Guadalupe, que significa “Rio del Lobo”.
Oculta permaneció la imagen de la Santísima Virgen durante la dominación agarena en Extremadura, y oculta siguió después de reconquistada dicha región por los cristianos hasta ya entrado el siglo XIV, en que el Señor quiso que fuera descubierta de un modo prodigioso, para más excitar hacia ella de veneración de fieles.
EL VAQUERO GIL
Refiere la tradición, confirmada y autorizada por la sanción de la iglesia, que por aquel tiempo, cierto vaquero llamado Gil Cordero, que apacentaba unas vacas en las inmediaciones del castillo de Alía, tuvo la desgracia de perder una de ellas. Aguijoneado por el natural deseo de hallarla, estuvo tres días consecutivos recorriendo todos aquellos lugares, hasta que rendido de cansancio se sentó junto a una fuente. Cerca de ella descubrió a la res tendida y muerta, sin que pudiera averiguar la cusa de aquella desgracia, por que la vaca no prestaba señal de herida ni contusión que indicara la menor violencia.
Sintió, como era natural, la pérdida de la res, pero quiso a lo menos aprovechar su piel desollándola. Por ello empezó haciéndole dos cortes en el pecho en forma de cruz con su cuchillo. ¡Cuál no fué su sorpresa al ver que el animal se levantaba vuelto a la vida!.
Lleno de asombro se puso a mirar por doquier, creyéndose engañado por algún maleficio. Su admiración subió de punto al ver ante él una hermosísima Señora circundada de resplandores, la cual con voz armoniosa y dulcísima le declaró ser la Santísima Virgen María. Mandóle que fuese a Cáceres con la vaca milagrosamente resucitada, para que ella sirviese de testimonio de la verdad de la misión que le confiaba. Consistía en decir al clero y al pueblo de la mencionada ciudad, que le acompañasen al sitio donde había hallado a la res muerta, y apartasen unas piedras que le señaló y que ocupaba la cueva donde se hallaba depositada una imagen suya, pues quería que fuese descubierta y colocada en una capilla que había de erigirse en aquel mismo lugar, para que la venerasen los fieles. Deslumbrado quedo el vaquero Gil por los resplandores de la aparición y asustado al oír las palabras de la Señora. No volvió en si hasta que desapareció la celestial visión. Ató luego la vaca con una cuerda que a prevención llevaba, y se fué con ella al sitio donde se hallaban otros vaqueros compañeros suyos, a quienes refirió el maravilloso suceso. De que decía verdad daba testimonio el pecho de la vaca, en que se veía de manera clara y distinta los dos cortes que con su cuchillo le había hecho para arrancarle la piel.
Admirados quedaron los vaqueros con aquel extraordinario relato. Todos ellos convinieron en que Gil debía ir a Cáceres para dar parte del milagroso suceso a la autoridad eclesiástica.
Encaminóse Gil en dirección a Cáceres. Antes de presentarse a las autoridades eclesiásticas, movido por un vehemente deseo de ver a su familia, entró en su casa. Cuál no fué su dolor al saber que su hijo único había muerto el día anterior. Su atribulada esposa salió a darle tan triste nueva. Díjole además, que de un momento a otro iban a venir el clero y acompañamiento para la ceremonia del entierro del cadáver. Todo ello produjo en el vaquero una impresión dolorosísima. Pero confiado en la Santísima Virgen de la que era mensajero, juzgó que si la Señora había resucitado a un animal para que diera testimonio de la veracidad de sus palabras, bien podía resucitar a su hijo, si se lo pedía como premio del celo con que cumplía su encargo.
Así sucedió efectivamente; pues apenas el clero y las demás personas que habían de acompañar el cadáver al cementerio llegaron a la casa mortuoria, levantóse del féretro el hijo del vaquero Gil, y pidió a su padre que le llevase al lugar donde la Santísima Virgen se le había aparecido, pues quería darle gracias por su milagrosa resurrección.
HALLAZGO DE LA IMAGEN VENERACION DEL PUEBLO Y DE LOS REYES
Grande asombro produjo entre los que presenciaron esta escena tan señalado prodigio y mayor todavía las palabras del mancebo cuyo significado no entendían. Refirió entonces el vaquero Gil a los circunstantes lo que había sucedido al hallar su vaca muerta, y de que modo volvió a la vida con todos los pormenores de la celestial aparición; y como de la veracidad de sus palabras daban testimonio la señal de la cruz hecha en la vaca por él mismo y el milagro de resurrección de su hijo que acababan de presenciar dieronle crédito y le acompañaron a la sierra de Guadalupe, donde siguiendo las indicaciones de la Santísima Virgen, descubrieron su imagen y con ella las reliquias de varios santos, de cuya autencidad daba testimonio el acta depositada en la cueva por los cristianos que allí las ocultaron.
Quisieron trasladar la santa imagen a Cáceres pero el vaquero Gil se opuso a ello, aduciendo que la voluntad de la Santísima Virgen era que su efigie fuese venerada en el mismo sitio donde había estado oculta tantos siglos. Con esto convinieron todos en dejar la imagen en aquel lugar y edificaron una rústica ermita provisional, donde la colocaron en espera de un templo más decoroso.
De todos estos prodigios dieron parte al Rey don Alfonso XI las autoridades eclesiásticas y civil de Cáceres. El monarca contribuyó de buen grado y con larga mano a los trabajos que emprendieron los fieles para que el culto de la sagrada Imagen tuviera el debido esplendor, cediendo cuantiosas rentas al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y designado para su servicio seis capellanes y un Prior, que fue primeramente el Cardenal don Pelayo Barroso. También a los capellanes les otorgo rentas con que atender a su manutención y al sostenimiento del Hospital de San Juan Bautista que se estableció junto al Santuario.
Como complemento de esas tan piadosas como magnánimas mercedes fundó el monarca una población inmediata al Santuario y dio a sus cincuenta primeros habitantes terreno suficiente para edificar sus viviendas y tener tierras de cultivo; todo ello se le cedió libre de gabelas, y sin más tributo que el diezmo para el santuario. Otorgo, además, ejecutoria de nobleza al vaquero Gil, con uso de escudo el que se perpetúa el milagro de la aparición de la Santísima Virgen. La Reina del Cielo correspondió a la generosidad del monarca ayudándole con su poderosa protección en las diferentes guerras que emprendió contra los mahometanos, y muy especialmente en la famosa batalla del Salado, donde recibió rudo escarmiento la morisma. El Rey don Alfonso XI se mostró sumamente agradecido a la Virgen por tan señalado favor, en cumplimiento del voto que había hecho antes de la batalla, fue en romería al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, al que donó buena parte del riquísimo botín cogido a los mahometanos.
DEL MEDIO MISTERIOSO QUE DISPUSO LA PROVIDENCIA DE DIOS PARA QUE SE TRAJESE AL VALLE DE PACASMAYO LA MILAGROSA VIRGEN DE GUADALUPE
Entre los nobles que en las conquistas y pacificaciones de este Nuevo Mundo sirvieron a los Reyes, apostando las vidas con sus lealtades y las haciendas con los trabajos de la guerra, ganando méritos; a quién jamás igualarán ni nuestras alabanzas ni sus premios, pues éstos fueron cortos por desdicha y aquellas han sido desfiguradas por envidia. De los que más que hicieron en lustre de persona, en lealtad de hidalgo, en valor de milicia y en fuerza de soldado fue el Capitán Francisco Pérez de Lezcano, a su pesar experimentaron desleales tiranos y rebeliones, diéronle no por igual paga, si no en señal de otras mayores condignas a su servicio, renta en indios haciéndole feudatario del pueblo de Chérrepe; que después lo mudaron los Religiosos de San Agustín de la playa a dos sitios en que se trasegó por mejora de asiento, se llama Pueblo Nuevo, si bien los indios conservaron su antiguo nombre; y el puerto, pocas veces manso, llaman los españoles Chérrepe.
El Capitán Francisco Pérez de Lezcano tuvo por esposa a Doña Luisa de Mendoza, de alta alcurnia y de la mejor virtud de su nobleza, y por hija a Doña Graciana de Mendoza y Lezcano que se casó con Diego García de Chávez ilustre Caballero de Trujillo en Extremadura, avecindados en este valle de Pacasmayo. El padre Calancha dice que dá estos datos por haber sido Lezcano el escudero que trajo de la mano a la Reina de estos valles y a la Emperatriz de los Cielos y fue la ocasión y el motivo el que sigue. Como feudatario de Chérrepe y Señor de Pacasmayo debía hacer su vecindad el la ciudad de Trujillo, aquí lo estimaban, unos por su afabilidad, otros por sus beneficios, los pobres y humildes por su amparo y los nobles y ricos por sus correspondencias y cortesías, con esto debía tener émulos su envidia y contrarias voluntades su estimación.
Era el Corregidor de Trujillo émulo de nuestro Capitán Lezcano, conocíale la pasión y gobernaba sus acciones con prudencia. Amanecieron una mañana por las puertas de algunas familias honradas libelos infamatorios, que afrentando a los que nombraban, causó general irritación en cuantos lo oían. Corregidor y Alcaldes hicieron cautelosas pesquisas y no se atemorizó el autor viendo sus diligencias; otro día aparecieron mayores infamias en mejores puertas, por lo que embravecidos los de la República prometían premios a quien descubriese al maldiciente y amenazas al desalmado, que sin esperanzas de premio u honra afrentaba a tantos. Los mismos vecinos rondaban la ciudad y entre éllos mismos andaban con disimulo el que con disimulo los ponía; era engrudo y papel los instrumentos de su malicia y daños grandes los de su ofensa.
Viendo pues que si eran en menos puertas eran las deshonras mayores y que por fuerza era alguno de los muchos que rondaban o algún descomulgado que nunca dormía prometieron una gran dádiva al descubridor del autor o rastrearse el origen de la maldad: salieron dos testigos y dijeron que el malhechor era el Capitán Francisco Pérez de Lezcano por lo que habían visto un bulto parecido a él, delación que oyó con gran gusto el Corregidor, sino fué el quien levantó la malicia y estos dos los que lo pusieron en píe. Al punto prendió el Corregidor al inocente Capitán y no fue poco guárdale el privilegio de su nobleza, púsole el las Casas del Cabildo con grillos, una gran cadena a los pies y seis hombres de guarda, fulminó la causa sin más prueba que parecerse el bulto que veían al Caballero que acusaban y sustanciada como se puede esperar de un corazón enemigo y de un juez cobarde le sentencio a muerte y que para ejecutarse lo sacasen por las calles de la ciudad y a voz de pregonero dijesen su delito por haber afrentado falsamente a los nobles, a los ostrados y a las mujeres virtuosas, por lo cual le fuese cortada la cabeza en público cadalso. No debió sentir el afligido caballero tanto el agravio de la muerte como el título de la afrenta, considerando que los más de su República deseaba su castigo en venganza de su calumnia y los amigos ponderaban su queja viendo que no les había valido lo sagrado de la amistad, si bien todos dudaban cuanto lo conocían, que pocos tendría en su defensa él que de tantos había sido su protector. Apeló a la sentencia y no se otorgo la apelación, porque aclamaban su muerte los ofendidos y deseaba la aclaración el juez apasionado; recibió los sacramentos, desahuciado de toda humana esperanza y desesperado de ruego o favor.
La noche anterior a su día fatal se presentó por vía de agravio ante el tribunal de Dios y asalarió con súplicas de humildad para abogada a la clementísima defensora de los afligidos, la Virgen Santísima de Guadalupe la Extremeña, ante quien estaba averiguada su inocencia y por quien se negocian pleitos desahuciados en la sala de la infinita justicia. Hizo voto a esta Señora y Divina Protectora que si le libraba de aquella muerte pasaría a España y traería el original de Guadalupe, un verdadero retrato que fuese adorado y servido en el valle de Pacasmayo, el cual entregaría a los Religiosos de San Agustín, a quién se encomendó, dándole de su hacienda para que fuse su culto y templo celebrado y magnífico. Entre esperanzas y miedos pasaría las horas de la noche, al amanecer se oyeron grandes voces que un platero daba, abrazado a un Clérigo Sacerdote en hábito secular con quien bregaba, porque deseando huir se le defendía; concurrió gente de corrida entre éllas la justicia que velaban o estaban a la mira para que no se les fuse el preso, llegaron al ruido y a grandes voces dijo el platero: estando yo encerrado en mi tienda, oí dar unos golpes pequeños en mi puerta, como que clavaban algo, abrí con prisa y hallé a este mal Clérigo que me estaba clavando aquel libelo, decía: Para ti faltó el engrudo Indio agudo, para tí faltó el engrudo; estábalo clavando con dos tachuelas se me ha querido escapar y no ha podido. La culpa enmudeció al delincuente, que lengua que ofende a otros, sólo calla cuando le importara defenderse y viene a ser la lengua castigo de sí misma y el silencio verdugo y testigo contra la locuacidad. Prendieron al Clérigo y aguardando el Capitán a los que debían ir a ejecutar el suplicio, entraron dando voces: ya se ha descubierto al malhechor y mandan suspender la muerte del Capitán. Oh que linda es la misericordia en las últimas pausas de la gran tribulación; tan dulce para el afligido como es la lluvia del Cielo para la Tierra y que dulcísima nueva la que entraba entre los agrios de su terrible pena y en boca de los ministros de la muerte la impensada cédula de su vida. Conoció que venía del Supremo Consejo de la Gloria ganada a súplicas de su Reina, obligada por los ruegos de San Agustín, publicó el milagro confesó su obligación.
Procedióse contra el Clérigo y queriéndole dar luego tormento, declinó jurisdicción; advocó la cusa a su fuero Eclesiástico, el Corregidor continuaba el informe alegando le había hallado en hábito secular, vencieron las censuras y apremiando al Clérigo su Provisor confesó derechamente que él era el único dueño de los libelos y el autor de aquellas infamias. Salió nuestro Capitán libre, honrado de todos los nobles, aplaudido por la plebe a la hora y por las calles que debía salir al cadalzo.
Sentenció el Clérigo su Ordinaria y aquella noche huyó de la cárcel y fue hasta Panamá queriendo pasar a Nombre de Dios, cayó la mula a un río que llaman Chagre, echóse a nado el Clérigo llegando cerca de la orilla contrapuesta salió un caimán que comenzando por una pierna se lo comió, murió miserablemente y fue la pena proporcionada a la culpa, pues pecó mordiendo y penó mordido.
El reconocido Francisco Pérez de Lezcano al punto dispuso su viaje, ordenó su casa y fue a cumplir su voto. Llegó a España con próspero viaje y continúo su camino a la Casa de Guadalupe, erario del cielo y cielo de milagros, hizo sus novenas devotas, dio limosnas magníficas, reconoció la deuda y trató la paga. Propuso a los Religiosos frailes de San Gerónimo (serafines de aquella Arca Santísima) su pretensión, refirió su caso, alegó su viaje, interpuso su riesgo y pidió permiso para sacar un traslado; atendiendo a todo le concedieron licencia. Un entallador que trajo consigo de Sevilla, hombre primero en aquel arte, ejecutó con primor y la sacó en breve con igualdad; viendo los Padres Gerónimos que el retrato parecía original, celoso de amor o consultando inconvenientes, negaron arrepentidos lo que concedieron afables; con ruegos no se mejoraron, con limosnas que ofrecía no se redujeron, valiose del Papa Paulo IV, para que le expidiera una Bula Papal; y oída su suplica mandó con censura que tuviese debido efecto la primera promesa y ejecución la soberana entrega.
Hízole el devoto caballero una arca forrada de telas y vistiola de ricos brocados y entre holandas puras puso la más pura de los Cielos, embarcóse con su celestial empleo, más contento con traer su Reina que si tuviera por suyas Monarquías de los Reyes, porque un agradecido en la paga tiene su gozo y en la correspondencia su ganancia.
Llegó el Capitán con próspero viento a Nombre de Dios, fletó mulas para su Señora y para sí, entregó el arca dichosa sin decir su tesoro al arriero que entre dos fardos la ponía. Caminaba la Reina y caía con la carga tres mulas como estos fardos se mojaban aquellos se hundían, todos daban tropiezos y la mula en que venía no mojó el fardo ni dió tropiezo ni daba el arriero cuidado, el arca el arca que encierra a la Virgen de Guadalupe no afligía a quien la llevaba, sino que lo alivia; no mata al que la toca sino que lo favorece, lloren aquellos rigores en los campos de Nachón y celebren estas afabilidades en los atolladeros de Panamá. Pasado uno y otro día le tenía más cuidado la novedad de aquella mula, que los riesgos que sacaba a las otras; pregunto el arriero al Capitán que le dijese que traía en aquel cajón por que le admiraba a él y a los otros pasajeros que habiendo caído todas muchas veces con los fardos y cargas de sus pasajeros, sólo aquella en que iba la caja no le afligía el peso, no caía ni tropezaba ni era menester guiarla por que entraba en la dormida como salía de la jornada, y como si alguien la trajese de tienda iba derecha. A fuerza de ruegos le pudo sacar que allí traía una Santa y muchas reliquias, simulación cuerda y desvelo prudente; el arriero cobró tan grande devoción por el arca que pudiera contarse por milagro de la Virgen dar devoción a un arriero, pues las veces que la subía y bajaba haciendo sobre su aforro una cruz, la besaba; teniendo en tanta veneración lo que encerraba el depósito y él y los pasajeros.
Llegó a Panamá y con prospero viaje a su puerto de Chérrepe donde enfrenó la locura de aquellas olas que suben en montes y bajan en toros, arremetiéndose unas a otras, tan bravas siempre, que rara vez se pasan sin peligro y a pocos olean que no los maten, entonces las vieron tan fuera de su condición, afables que humildes reconocieron a la Estrella de los Mares.
TEMPLOS EN SU HONOR
En el año de 1562, el devoto y agraviado capitán expuso a la veneración de la sagrada Imagen en una capilla se su tierra, mientras construía otra más apropiada. Inmediatamente avisó al P. Fr. Juan de San Pedro, Prior a la sazón del convento de San Agustín de Trujillo, y al P. Provincial, la cusa de su voto, su viaje a España, la traída de la Imagen, y sus deseos de que los religiosos agustinos se encargasen y fuesen los depositarios de aquella bendita Imagen, ofreciéndoles terreno donde levantar un templo, heredades para sustento de los religiosos y pensiones para el coro.
Entre tanto que estas gestiones se llevaban a cabo, el fervoroso capitán edificó una segunda y más decorada capilla, en un pequeño y cercano cerro, llamado Namul, próximo a su molino.
Recibió el Provincial, Fr. Pedro de Cepeda, la donación de la Imagen, aceptó gustoso que sus religiosos se encargasen de su culto y dio orden al mencionado P. Prior de Trujillo, Fr. Juan de San Pedro, y al P. Fr. Luis López, acompañado de varios religiosos, el 06 de Junio de 1563, día de la Santísima Trinidad.
Dice el P. Calancha que era esta segunda Capilla, en la, que había trabajado como jornalero de la Reina de los Cielos, el propio Capitán Pérez de Lezcano, fue pasto de las llamas el 07 de diciembre, pero no anota el año. Se salvó del incendio solamente la Imagen de la Virgen, por un milagro que ella óbro y que relata minuciosamente el P. Calancha, junto con el de una niña que cayó en el canal del molino, y no obstante la violencia del agua en el redonzo, la encontraron viva y sin daño algún, gracias a un milagro que óbro la Madre Divina de Guadalupe.
Ante la total ruina de la Capilla, los religiosos y los fieles comenzaron con todo denuedo y fervor a la edificación de la nueva Iglesia, Convento y Casa de Peregrinos en la falda del mismo cerro donde el fuego había destruido la anterior capilla.
Añade el historiador P. Calancha, que el nuevo templo lo construyeron suntuoso, sin dejar constancia del año que lo comenzaron y terminaron, y que en él obró la Santísima Virgen numerosos milagros.
Seguidamente hace notar que había al cuidado de este Santuario cincuenta religiosos, porque tuvieron allí, durante algún tiempo, el estudiantado, y siempre la casa del Noviciado. Así se comprende a los innumerables peregrinos que de todas partes acudían y que el culto y devoción a la Virgen fuera tan esplendorosos.
La nueva desgracia vino a poner en prueba la fé y amor de los devotos a la Virgen de Guadalupe. El 14 de Febrero de 1619, a las 11 de la mañana, un espantoso temblor de tierra, cuyos terroríficos efectos se dejaron sentir a la distancia de más de 100 leguas, con pérdidas de muchas vidas y destrucción de miles de casas, echó por tierra esta Iglesia, Convento y Casa de Peregrinos.
Lejos de sufrir menoscabo la devoción con este infortunio, le sirvió de estímulo para hacerla más enardecida y vigorosa, pues tanto los religiosos como las personas devotas, todos, a porfía se esforzaron y contribuían a levantar el magnífico templo en el que hoy se venera a la excelsa Patrona de Guadalupe.
El P. Fr. Fernando de la Barrera, Prior en aquel entonces de Guadalupe y Definidor Provincial, emprendedor y entusiasta, dió principio a la nueva obra el 17 del mismo mes, o sea tres días después de la catástrofe, en lugar distante un cuarto de hora de la anterior. El día de San Mateo se inauguró la capilla provisional, y ante la Imagen de la Virgen de Guadalupe se celebró la primera misa. Aquí se edificaron también provisionalmente las celdas y oficinas y se levantaron las paredes del nuevo y airoso templo de piedra y ladrillo que hasta hoy perdura y es la admiración de cuantos lo contemplan; obra por la esbeltad, sus amplias y armoniosas dimensiones, y también por la primorosa crucería de sus bóvedas y de la sacristía y campanario. En opinión el P. Calancha, siempre excesivamente ponderativo de las cosas de su Orden, es el mejor y más suntuoso templo de bóvedas que hay en cien leguas a la redonda, con ser –añade- muy hermoso no pocos de ellos. Lo terminó el P. Fr. Francisco Castro, quien lo adornó con colgaduras, láminas y grandes cuadros de vistosas pinturas que representaban los principales y más celebrados milagros de la Virgen.
Construyó, así mismo, un ángulo del grandioso claustro, y los otros tres los fabricó el P. Maestro Fr. Hernando de Maldonado, quien continuó después el claustro y habitaciones para los religiosos. A la sombra de este Santuario, españoles e indios y se formó la actual ciudad de Guadalupe.