EL TAMARINDO DE GUADALUPE
Para Don Manuel Rivas Plata.
Era un
viejo añoso, quizás centenario tamarindo, centinela avanzando de la Villa
legendaria de Guadalupe. Erguido y solitario vivió años incontables porque
nadie supo que mano lo planto ni quienes apagaron su temprana sed para que
creciera en la soledad del camino.
Poco a
poco, lentamente, el, tamarindo de nuestra evocación tendió su ramaje
reverenciándose, primavera tras primavera, al fin, todo evoluciona en la vida.
Dio su fruto delicioso y la pulpa de sus vainas se extraía para caseras
curaciones; los muchachos inconscientes y perversos apedreaban al árbol
solitario en los meses en que el calor arrecia y el fruto se presenta como si
refrescara quisiera a los confiados habitantes de la comarca.
El viejo
tamarindo guadalupano bebía las aguas de
su acequia por estar muy cerca de ella; mudo y tranquilo, guardaba la ciudad
como, tendiendo la vista por la calle de La Ladrillera hacia la Plaza de Armas,
daba sombra al caminante, que jadeante llegaba hasta el, recibía cariñoso al
caballeroso jinete que en brioso potro
atravesaba los polvorientos callejones de La Calera; bajo su sombra se componía
la montura, se ajustaba la cincha y sacudía el pellón y las guarniciones, para entrar a la ciudad campante
y fresco, poniendo el caballo al paso de
“termino” después de abandonar el paso “llano” de la pampa. Muchos borrachos,
visitantes de la feria, durmieron la siesta baja el ramaje corpulento; testigo
fue de la hieda de furtivas parejas en amores pecaminosos. Este tamarindo
podría contar grandezas y miserias de su pueblo, porque el vio rodar el primer
coche halado de un recio tronco de
alazanes que por primera vez llevara a Guadalupe don José Bernardo Goyburu;
cuando el viento soplaba sobre su copa, parcia saludar al arriero meditabundo
que ponía en movimiento la cansada piara, al gamonal irritante que presumía de
caballero, el aristócrata y modesto castellano que sonreía a los labriegos, a
las familias que en muy buena monta y en alegre caravana, se dirigían a gozar
de las brisas marinas a la orillas del mar Pacifico, unos a la Barranca y otros a la Boca del Rio.
Este
tamarindo desgarbado por el invierno,
vio hollar su suelo por la soldadesca chilena, fue testigo del martirio
de los Albujar y movió sus ramas como si estrechar quisiera en un fuerte abrazo
a los Chorrocas, valientes guerrilleros con patriotismo indomable. En las
tenebrosidades de la noche, pudo contemplarla la toma de Guadalupe el 19 de
Julio de 1894 por la montonera de Teodoro Seminario y en Enero de 1895 despertó
de su letargo al piafar de las locomotoras que levantaban de sus lechos a la
población por la audacia de Don Pedro de la Fuente cuando solo, completamente
solo, llevose cinco trenes de San Pedro so pretexto de auxiliar a las tropas del
Gobierno.
Este
viejo tamarindo de históricas leyendas, de risueñas añoranzas de gratos
recuerdos, cayó trágicamente ante la piqueta de Julián Castañeda hachero
profesional, que cumpliendo el mandato de un Alcalde inescrupuloso partió en
pedazos al recio y secular tronco, talo sus ramas desparramo sus hojas y mato
para siempre al avanzado centinela de un pueblo que se reverenciaba como un
árbol sagrado, sin pensar que autoridad común ninguna debería cortar para
siempre la vida de un amigo que mudo y tranquilo, desafiaba con su copa al sol
calcinante y sombreaba a los que llegaban al pie de su tronco para evocar
recuerdos o descansar de la fatiga del día.
¡Pobre
tamarindo de Guadalupe!, ya no serás el testigo de la Feria de tu pueblo, ni
tus frutos han de servir de refresco en los calurosos días del aciago verano.
Duerman en paz tus raíces bajo las profundidades de la tierra; ellas representan
tu cuerpo exangüe que hecho leña, se habrá convertido en cenizas, las que han
de acusar al criminal que puso fin tu existencia.
ARTICULO EN PACASMAYO Y SUS HOMBRES REPRESENTATIVOS DE JOSE
VICENTE RAZURI LIMA-1947
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