miércoles, 3 de febrero de 2016

EL TAMARINDO DE GUADALUPE

Para Don Manuel Rivas Plata.

Era un viejo añoso, quizás centenario tamarindo, centinela avanzando de la Villa legendaria de Guadalupe. Erguido y solitario vivió años incontables porque nadie supo que mano lo planto ni quienes apagaron su temprana sed para que creciera en la soledad del camino.
Poco a poco, lentamente, el, tamarindo de nuestra evocación tendió su ramaje reverenciándose, primavera tras primavera, al fin, todo evoluciona en la vida. Dio su fruto delicioso y la pulpa de sus vainas se extraía para caseras curaciones; los muchachos inconscientes y perversos apedreaban al árbol solitario en los meses en que el calor arrecia y el fruto se presenta como si refrescara quisiera a los confiados habitantes de la comarca.
El viejo tamarindo  guadalupano bebía las aguas de su acequia por estar muy cerca de ella; mudo y tranquilo, guardaba la ciudad como, tendiendo la vista por la calle de La Ladrillera hacia la Plaza de Armas, daba sombra al caminante, que jadeante llegaba hasta el, recibía cariñoso al caballeroso  jinete que en brioso potro atravesaba los polvorientos callejones de La Calera; bajo su sombra se componía la montura, se ajustaba la cincha y sacudía el pellón  y las guarniciones, para entrar a la ciudad campante y fresco,  poniendo el caballo al paso de “termino” después de abandonar el paso “llano” de la pampa. Muchos borrachos, visitantes de la feria, durmieron la siesta baja el ramaje corpulento; testigo fue de la hieda de furtivas parejas en amores pecaminosos. Este tamarindo podría contar grandezas y miserias de su pueblo, porque el vio rodar el primer coche  halado de un recio tronco de alazanes que por primera vez llevara a Guadalupe don José Bernardo Goyburu; cuando el viento soplaba sobre su copa, parcia saludar al arriero meditabundo que ponía en movimiento la cansada piara, al gamonal irritante que presumía de caballero, el aristócrata y modesto castellano que sonreía a los labriegos, a las familias que en muy buena monta y en alegre caravana, se dirigían a gozar de las brisas marinas a la orillas del mar Pacifico, unos  a la Barranca y otros a la Boca del Rio.
Este tamarindo desgarbado por el invierno,  vio hollar su suelo por la soldadesca chilena, fue testigo del martirio de los Albujar y movió sus ramas como si estrechar quisiera en un fuerte abrazo a los Chorrocas, valientes guerrilleros con patriotismo indomable. En las tenebrosidades de la noche, pudo contemplarla la toma de Guadalupe el 19 de Julio de 1894 por la montonera de Teodoro Seminario y en Enero de 1895 despertó de su letargo al piafar de las locomotoras que levantaban de sus lechos a la población por la audacia de Don Pedro de la Fuente cuando solo, completamente solo, llevose cinco trenes de San Pedro so pretexto de auxiliar a las tropas del Gobierno.
Este viejo tamarindo de históricas leyendas, de risueñas añoranzas de gratos recuerdos, cayó trágicamente ante la piqueta de Julián Castañeda hachero profesional, que cumpliendo el mandato de un Alcalde inescrupuloso partió en pedazos al recio y secular tronco, talo sus ramas desparramo sus hojas y mato para siempre al avanzado centinela de un pueblo que se reverenciaba como un árbol sagrado, sin pensar que autoridad común ninguna debería cortar para siempre la vida de un amigo que mudo y tranquilo, desafiaba con su copa al sol calcinante y sombreaba a los que llegaban al pie de su tronco para evocar recuerdos o descansar de la fatiga del día.
¡Pobre tamarindo de Guadalupe!, ya no serás el testigo de la Feria de tu pueblo, ni tus frutos han de servir de refresco en los calurosos días del aciago verano. Duerman en paz tus raíces bajo las profundidades de la tierra; ellas representan tu cuerpo exangüe que hecho leña, se habrá convertido en cenizas, las que han de acusar al criminal que puso fin tu existencia.


ARTICULO EN PACASMAYO Y SUS HOMBRES REPRESENTATIVOS DE JOSE VICENTE RAZURI LIMA-1947


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