LA PASCUA DE NAVIDAD DE
ANTAÑO EN GUADALUPE
A Ulises Robles V.
y al Folclore Provincial afectuosamente.
Por Pablo Edmundo
Céspedes.
No porque, como
canta la copla de Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor, ni porque
un necio egoísmo nos mueva a preferir los tiempos de nuestros goces infantiles;
pero lo cierto que las Pascuas de Navidad de ogaño transcurren sosas y
pobretones, sin el atractivo ni la honda emoción que despertaban aquellas, en
las que a este servidor de ustedes le apuntaba la muela cordial. Y por cierto
que hay una contundente razón para ello, En entonces el caballero Don Dinero no
era tan esquivo y roñoso, como en estos tiempos de los rateros de la alta
escuela, y los especuladores, dos plagas distintas y una sola calamidad verdadera.
Entonces los papeles circulares y las monedas de feble no habían aparecido aún
en el tablado financiero, sino que el prójimo más probeta podría lucir aquellos
discos de nueve décimos fino, que ahora ni de cábula podemos darnos el lujo de
contemplar.
No es extraño así
que sea muy poco la expansión que despierta la clásica fiesta, en la que, ahora
ñaupas,
mi tranquilo terruño apuraba el sumun de la alegría y el confort estomacal.
Por que solo se
siente al llegar el día de Papa Noel una sensación de desgano que nos lleva a
añorar aquellos felices tiempos que, como las golondrinas de Bequer "ya no
volverán".
Nuestros hijos, en
verdad, han llegado a este alborotado planeta, en la hora más angustiosa de la
jornada, cuando en el cáliz del vino generoso, que otros más felices
escenarios, solo encuentran sedimentos de amargura, como dijera el pensador
peruano. Pero, por esa misma situación azarosa, les cabe enfrentarse con brío a
la lucha campal contra los privilegios de una organización social bastarda, que
precisamente ha determinado el actual conflicto de su depuración.
Evoquemos ahora
los dichosas pascuas guadalupanas.
Tres docenas de
años atrás la pacifica Villa del aromático café Goyburu mostraba un cariz de
animación y regocijo familiar, al acercarse la fecha conmemorativa del
desembuche de María Santísima. En todos los hogares se notaba algo así como un
inusitado movimiento precursor de revolutio culinaria: las maritones
se disponían a efectuar los preparativos necesarios para el beneficio de las
apetitosas chichas de maní o de garbanzo: las crianderas domésticas daban las
últimas provisiones de nueces y otras nutritivas sustancias a los vanidosos
pavos que, como otro presos políticos, esperaban ser victimas de la pena
capital para ser enviados al horno del chino Antonio; y por ultimo las
muchachas decidoras ponían sitio a los papás en reclamo de trapos y perifollos
que les permitiera lucir el esbelto palmito así como una nueva dotación de
juguetes para la exhibición del clásico nacimiento. Y entre ajetreos y
metálicos dispendios llegaba al fin tan deliciosa noche buena, en la que el
regocijo y la animación llegaban al disloque, transformando la calma beatuna de
mi tierra en bulliciosa algazara de las familias que en tertulia abierta
aprestábanse a esperar la alborada del gran día, a través de las sanas
expansiones de la amistad.
A eso de las siete
de la noche del 24, frente a cada casa comenzaban a flamear una gran fogata que
iluminaba a giorno las calles y domicilios.
Y era entonces el
momento que, entre estridentes piteos y golpes de piedra y lata, hacia su
aparición la tradicional vaca loca, seguida por grupos de granujada y aún de
frívolos adultos que entusiastas capeaban a la ficticia fiera.
Para nosotros que
entonces retozábamos despreocupados en el llano amplio y poético de esa edad de
oro, este divertido jaleo eran el número más interesante del programa pascual
y, por supuesto también participábamos de él aunque solo como simples arrastradores,
no sin sufrir; de vez en cuando algunos porrazos que más contentos no
deparaban.
Entre tanto las
gentes mayores hacían el honor, dinteles adentro, al delicioso moka o al espeso
chocolate con su aditamento de butifarra o de pavo horneado, de las rica
empanadas de Miguel Puelles o de los exquisitos biscochos de la Señora Asunción
Banda, nuestra recordada madrina de pila, personificación del amor al trabajo y
la pureza de costumbres.
Después, como a la
media noche, el zambo Arizola (a) Teterete
que, en el termómetro de la fiebre pascual, llegaba a los veinticuatro grados
sobre cero, subía al campanario de la iglesia con la agilidad de un gato techero
y anunciaba a la feligresía con un sonoro repiqueteo en lo que era especialista
remedando aquello de:
La negra Antonia
la picantera,
que sube y baja
por la escalera.
Anunciaba, decimos
que había llegado la hora de asistir contritos a la Misa de Gallo, cantada por
la tonante voz del maestro Tito para rendir el tributo de admiración al recién
nacido.
A tal invitación
todos los moradores suspendían su yantar y esparcimiento para concurrir a la
casa de dios a levantar sus fervorosa preces y a acompañar a la romeria
pastoril, en la que núbiles damas y fornidos mozos junto a la cuna del manso
Jesús y cantaban la consabida copla:
Venid, pastorcillos,
venid a adorar
al Rey de los Cielos,
que ha nacido ya..........
Y otros muchos villancicos
de la laya, a los que acompañada la flauta de Eusebio Rodríguez y el tamborilete
de algún otro muchacho decidor y zandungero.
Otro aspecto
simpático de este festival eran las visitas que en grupo bulliciosos de amigos se
hacían a los artísticos nacimientos de casas particulares, donde los
parroquianos disponían de todas las gollerías, tanto para refocilar el cuerpo,
cuanto para expandir el espíritu, lo que era cosa fácil; pues ya sabemos al
decir de un adagio popular, que
<estomago lleno corazón contento>, con perdón del crudo realismo.
Entre estas
exhibiciones del culto mesiánico, recuerdo que era muy concurrida la del nacimiento de la finada Valentina Leiva de
Arancibia, señora muy amable que, junto a su esposo Don Valentín, agasajaba a
boca que quieres a sus contertulios.
Esta era, poco más
o menos, la fisonomía propia de las Pascuas de Navidad guadalupanas, allá en
los últimos años del siglo de las luces, cuando este borroneador de cuartillas
expandía su alma lozana con las dulces emociones de la adolescencia.
Los años en su
vertiginosa marcha determinan sensibles mutaciones en las ideas y en las
costumbres, y así como en la actualidad ha llegado a menos esa manifestación
genuina de la fraternidad del hogar, que simboliza la fiesta pascual y en lo
que tiene mucha influencia la angustiosa
crisis económica que se atraviesa.
Pacasmayo,
Diciembre 25 de 1,942.
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