lunes, 16 de septiembre de 2019


EL SANTUARIO de Nuestra Señora de Guadalupe (dos horas al norte de Trujillo) es el único de Sudamérica que constituye una auténtica joya colonial: tiene una sola nave y posee bóvedas nervadas de estilo gótico tardío. Su belleza arquitectónica es incomparable.

JOYA COLONIAL DE GUADALUPE

La primera población española que se fundó en la Provincia de Pacasmayo fue Guadalupe, ciudad norteña que se enorgullece de contar con una verdadera joya colonial: el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, que es el único templo de  Sudamérica de los llamados de sala que tiene una sola nave y posee bóvedas nervadas en su estructura.

El santuario y el convento  guadalupanos constituyen el Complejo de San Agustín, de incomparable belleza arquitectónica y en donde se encuentra un sorprendente legado artístico y cultural de valor incalculable. Por algo fueron declarados Monumentos Históricos Nacionales en el año 1941.

El patrimonio cristiano que atesora es vasto: pinturas, esculturas, bellas imágenes, crucifijos antiguos, íconos sagrados, indumentaria con mantos y ornamentos litúrgicos antiquísimos.

La característica propia que lo diferencia de otros grandes templos son sus maravillosas bóvedas nervadas que pertenecen al estilo gótico tardío.

El templo es esplendoroso y conmueve el ánimo de los visitantes y turistas de todas partes. El santuario tiene 55 metros de largo por 11 de ancho, la sola nave es de 605 m2, Ese admirable recinto cuyo interior no tiene divisiones ni soportes fue creación y proeza de Blas de Orellana, arquitecto mulato natural de Zaña, Lambayeque, que en el siglo XVII y durante los años 1620 y 1628 construyó el santuario y un ángulo del primer claustro del monasterio. El material utilizado fue el ladrillo cocido y moldurado. Hubo hasta 72 tipos, que se unían cara a cara con argamasa -mezcla de cal, arena y chancaca-. En el complejo existen 28 tramos de bóvedas nervadas de la más variada tracería.

Reliquias del Santuario
La imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en este Distrito es copia de la que se le rinde culto en Sevilla, de donde fue traída en 1560 por Francisco Pérez de Lezcano, fundador del pueblo guadalupano. La Chapetona forma con el Niño una sola pieza y es paseada anualmente en romería al "Cerrito de la Virgen", donde en su cima tiene un monumento que domina la ciudad.

En el altar mayor está La Perfecta, de mayor tamaño y con su Niño desmontable. A sus pies hay dos medias lunas y un mundo de plata.
En el santuario existen esculturas religiosas de los siglos XVI al XVIII y principios del actual. De los crucifijos hay uno que causa asombro porque al menor movimiento se observa en su interior latir el corazón de Jesús. Que se sepa es un caso único y de increíble mecanismo.

Entre las pinturas son admirables los murales al fresco y una variada pinacoteca con más de treinta cuadros de inapreciable valor artístico. Dentro del mobiliario se conserva un anda de cuero repujado en plata cuando fue canonizada la Virgen en 1954 como “Santa Patrona de los Pueblos del Norte y Excelsa Reina del Perú” por el Nuncio Apostólico de su Santidad Pio XII.


El Monasterio.
Funciono como cenobio hasta 1827. Sus dos claustros: Blas de Orellana y Hernando de Maldonado perennizan los nombres de sus constructores.  En todos sus recintos se aprecia la monumental obra arquitectónica y artística de la época.
El museo religioso.

Son innumerables los objetos religiosos que se exhiben allí, y que contienen información acumulada por generaciones pasadas que hacen por si solo famoso al convento de San Agustín.

Está abierto al público todos los días de 9 a 11.30 am y de 4 a 6 pm. El profesor Jorge Antonio Gilián es responsable de su restauración, preservación y difusión como continuador de la magnífica labor que hiciera el malogrado Luis Lostanau Rázuri, hijo ilustre de Guadalupe a cuya iniciativa se  hizo realidad el actual Complejo arquitectónico de San Agustín.

El distrito de Guadalupe celebra su feria anual en homenaje a su santa patrona, el 8 de Diciembre. Si usted participa de los actos religiosos como buen católico, es su deber como peregrino conocer todo el complejo por su impresionante pasado histórico, artístico y cultural; además reserve parte de su tiempo para ir a conocer las Ruinas de Pakatnamú. La meta de los guadalupanos es convertir a su ciudad en primer centro turístico.


Por, William Deza Ríos.
Revista Gente 22 de Septiembre 1993.



EL CHIVO ZARCO

Gonzalo Machuca era un personaje de aquellos: taimado, enigmático e intimidamente. Fue conocido como “Chivo Zarco”, pues era de estatura mediana, ojos verdes y piel blanca; poco común, por entonces, en esta tierra guadalupana. El Chivo Zarco en su juventud vivía un tiempo en el fundo “Cueva Quiroz”, ubicado en los linderos del cerro “Las Aldeas”, también trabajó en el Fundo “Majequin” (Tomas Lafora). Propiedad del mismo dueño (era notario). Este personaje guadalupano, un tiempo se desempeñó como guardián y obrero, pero parece que el alcohol y una deficiencia mental turbaron más su mente, trastornándolo de manera definitiva. Pues apagó a Gonzalo de este mundo lúcido, y nace como “Chivo Zarco” ante los ojos temerosos de la gente que se asombraban verlo pasar (las personas que pasan los 40 años lo recuerdan). A veces aparecía con camisa celeste otras veces con camisa blanca y pantalón hecho de sacos de yute con su “san martin” en la mano.

Danzaba con frecuencia cual imaginario huayno o alguna desquiciada melodía, dando latigazos en el aire y en el suelo. A veces era de cuidado, pues si te atravesabas en camino corrías el riesgo de ser alcanzado por algún latigazo suyo. Este personaje vivió hasta su final en el camino al “Coloche”, cuando incluso no existían casas y solo había huertas y chacras de arroz. Para llegar a su humilde casita se tenía que caminar por algún estrecho bordo, al filo de la famosa “Acequia Chica”, donde en las noches no había energía eléctrica (hoy está muy poblado con todos sus servicios básicos; agua, luz, etc.).
De él se decía muchas cosas: que era carroñero, pues afirman haberlo visto recogiendo animales muertos (gallina, patos, cuyes, etc.) que flotaban en las acequias y les sacaba las vísceras para saciar su hambre; también que llegaba a cualquier “chichería” (léase “Paloma Azul”) o “cañaceria” (léase “cush-cush”) y, sin permiso alguno de los asiduos bebedores, tomar la jarra de chicha o aguardiente y llevársela alocadamente; o pegarse a alguna mesa y esperar un favor para saciar su sed y ganas de alcohol.

Este personaje a veces era temido, otras veces odiado, y en ocasiones se burlaban de él de manera bufonesca. Pero lo más asombroso de los comentarios era que tenía pacto con el demonio y que –justamente- su demencia se debía a una posesión diabólica y que sus delirios eran producto de Belcebú, un ser maligno que vivía en sus entrañas, afirmando que en el monte veía el demonio mismo. He ahí su figura enigmática, más incluso su presencia por el verde color de sus ojos.
Aun así, este personaje dejo de existir hace 30 años en esta tierra mariana y no hubo más comentarios sobrenaturales acerca de su persona.

También fueron personajes de esta tierra: “Faustino”, “Loco Parupa”, “El Huaquillo”, “Dixon”, “Primorando”, “Eloy”, que contaremos de sus aventuras más adelante.

Fuente:
Personaje Guadalupano: Carlos Briceño Álvarez.
REVISTA AVANCEMOS
Edición N° 83 Noviembre 2017