lunes, 11 de septiembre de 2023

Calle de Lazcano o Lezcano.

 

LAS CALLES DE LIMA

Calle de Lazcano o Lezcano. (hoy la del giron de Huancavelica).

El nombre de esta calle urbana deriva del que fue Capitán don Pedro Lazcano Zenteno de Valdez, que tuvo en ella su heredad en donde murió, caballero de la orden de Santiago y Alcalde de la ciudad de Lima en las siete ocasiones diferentes que siguen: en 1 de enero de 1643 habiendo sido antes alférez real en 1640; alcalde en 1675; ascendido a Maestre de campo en 1689, fué alcalde durante el mismo año en reemplazo de don Diego de Carvajal Marroquí, que se enfermó y murió en el referido año; en 3 de octubre de 1696 volvió a reasumir la alcaldía en lugar de Lcdo. don Juan de Saenz Cascante, distinguido Abogado que fué de esta Real Audiencia, que se enfermó y ausentó por tan poderoso motivo de esta capital; en 6 de 1699 volvió a ejercer la Alcaldía, en vez del titular el capitán don Lúcas de Vergara y Pardo. Fué asimismo Alcalde titular en 1704; y a mediados de 1707 volvió a reasumir la Alcaldía en sustitución del principal el Sr. Maestre de Campo don Fernando Bravo de Lagunas y Castillo, a quien la Corona de España había nombrado Corregidor de la ciudad de Guayaquil y su Partido; viéndose obligado por lo mismo, a ausentarse de Lima, con esa oportunidad.

Su Señor hijo, el alférez real, don Francisco Lazcano Zenteno de Valdez y Mondejar, fué también alcalde sustituto de Lima dos vece; la primera en 1751 en reemplazo de don Tadeo Martín de Zavala Vásquez de Velazco; y la segunda desde el 14 de octubre hasta el 27 de diciembre de 1756 por la ausencia de don José Rafael de Salazar y Traslaviña.

Y el abuelo de don Francisco fué el capitán sevillano llamado cual el también Francisco Pérez de Lazcano que vino al Perú con el conquistador Francisco Pizarro; y en atención a sus proezas y distinguidos servicios fué encomendero de los antiguos pueblos de Chérrepe y Moromoro pertenecientes al corregimiento o Intendencia de Trujillo del Perú, en donde estuvo avecindada su familia.

Y su bisabuelo, el capitán don Miguel Pérez de Lezcano Cruz, conquistador que fué del Perú, y a quien el doctor Miguel Feijoo de Sosa en su obra “Relación[C1]  descriptiva de la ciudad y Provincia de Trujillo del Perú - Madrid 1763, llama “Miguel Pérez de Villafranca Lezcano, que lo enumera como uno de los fundadores de la referida ciudad y encomendero del repartimiento del Pueblo de Chérrepe y Pacasmayo.

Murió don Miguel de una herida en la cabeza que se la hicieron los indios sublevados de Conchucos, a cuya pacificación había marchado después de haberse matrimoniado en Madrid con doña Catalina Pérez, hija de la misma ciudad de la que tuvo dos hijos: doña María Pérez de Lazcano que casó con don Alonso de Chávez Figueroa conquistador del Perú; y el capitán don Francisco Pérez de Lezcano, conquistador del Perú. Regidor perpetuo de Trujillo, encomendero por S.M de los valles de Pacasmayo y Chérrepe y fundador y primer patrón de la iglesia y convento de Nuestra Sra. de Guadalupe en Pacasmayo, quien casó con doña Luisa de Mendoza. Y de este enlace nació doña Graciana de Lezcano-Mendoza, que contrajo nupcias con don Diego García de Chávez, que por esto fué el tercer encomendero de Pacasmayo; y su tío don Pedro Lezcano de Gaona gentil hombre de Cámara de S. M. que fué también encomendero del pueblo de Sintu, en la provincia de Chiclayo y principal vecino de la ciudad de Trujillo.

Fué él quien durante el año 1565 edificó una iglesia en el valle de Pacasmayo, cerca del pueblo de Chepén, la que en poco tiempo se hizo un santuario tan célebre y reverenciado, como el de Nuestra Señora de Copacabana en la Provincia de Chucuito del Perú o el de Hiquinquirá, en la de Boyacá de la Nueva Granada, que se había estrenado el 8 de diciembre; y el 6 de Junio del mismo año de 1565, entregó esa iglesia y su convento a los religiosos agustinos a fin de que fueran ellos los que fomentasen dicho culto; y poco después murió sirviendo en ella los oficios de mayordomo patrono y sacristán; y a su fallecimiento legó el patronato de dicha iglesia y convento, a su hija primogénita doña Graciana y a la descendencia de esta.

Este convento dice el venerable padre fray Bernardo de Torres en su “Crónica de la orden de San Agustín de Lima" publicada en esta misma capital en 1653, según unos y según otros en 1657, goza de grandes posesiones y heredades, que le dejó su ilustre fundador en el pueblo de Chepén y en otros tres más que le son anexos, que son los de Guadalupe, San Pedro y Chérrepe, que después el Virrey don Francisco de Toledo aplicó todas rentas y producidos para el mejor servicio y más decente culto del citado santuario.

Y el origen de este culto fué el que sigue:

Entre el corregidor de Trujillo don Mendo Osorio y el capitán Francisco Pérez Lezcano, existió desde hacía tiempo una odiosidad implacable ostensible disimulada por motivos que nos ha sido posible escudriñarlos; y como la emulación acechaba la oportunidad en que pudiera cebarse en la inmaculada honra de este, de un modo bien propicio y fácil, no desperdició una coyuntura que creyó a propósito para consumar sus reprobados intentos.

Es el caso que amanecían pasquines manuscritos, fijados en las puertas de las casas de la ciudad de Trujillo del Perú ofensivos a las familias más notables de ella; y a causa de los denuestos, críticas injustas y calumnias jue contenían bies pronto la sociedad trujillana se vió envuelta en un semillero de rencores, prevenciones, enemistades y grandes desórdenes que  venían justamente irritando los ánimos de un modo progresivo, haciendo mala sangre en todos y originando serias discordias en esa urbe, antes tan tranquila y hoy tan asendereada y revuelta por ese motivo.

Después de muchas diligencias informativas y de no pocas pesquizas, se recibieron por la autoridad las declaraciones de dos vecinos, quienes aseguraron haber visto adhiriendo a las puertas de una casa uno de esos escritos calumniosos a una persona que en concepto de ellas era el mismísimo capitán Lezcano; y para hacer creer aún más esa versión agregaron no pocas señales y datos que servían para individualizar más todavía a la persona de este último y pasar casi de la simple sospecha a la causi certidumbre de que él y no otro, era el autor.

Y aunque en el vecindario causó general extrañeza semejante especie y otros la rechazaron totalmente, muchos en cambio la admitieron como evidente y se encendió una seria indignación contra Lezcano, que tal es siempre el natural proceso de la calumnia, de la que aún cuando ella se disipe en parte algo queda de ordinario y la predisposición que hay entre los humanos para aceptar sin exámen y con bastante lijereza todo lo que a otro desde luego daña; máxime si el sugeto contra quien algo se rumorea tiene mucho que perder, encumbrada porsición social, o cuantiosa fortuna acumulada.

Instruyósele pues, el correspondiente proceso criminal;  y mientras venía el periodo del fallo, se le puso a Lezcano en prisión en el Cabildo con una barra de grillos a fin de impedir su evasión posible, con seis hombres de guardia como custodios y sujeto de la cintura con una cadena desde que el propósito deliberado de ese siniestro plan de justicia había sido el de vejarlo humillarlo y eliminarlo de la escena de los vivientes si fuera menester.

Terminado el juicio, el corregidor lo condenó a muerte por calumniador injusto, y hallándose ya en capilla y antes de amanecer el día señalado para la ejecución se oyeron las voces de un platero que tenía tomado del cuello a un clérigo quien se debatía, con todo empeño, por libertarse de él y pedía, a gritos destemplados eficaz auxilio, a fin de conducirlo a la cárcel Le había sorprendido infraganti poniendo en la puerta de su platería, con clavos pequeñitos, a causa sin duda de no tener engrudo para ello, un cartel infamante contra persona, que mostró y leyó como cuerpo del delito. Formado el proceso por este nuevo incidente de un modo sumario resultó probado plenamente que dicho clérigo que respondía al nombre de Diego Palacios, era el único y exclusivo autor de todos esos pasquines que tanto habían alterado hasta aquí la paz de ese vecindario por la confesión propia de él, por las demás pruebas actuadas y por aquello de que "el que hace un cesto hace ciento".

La ejecución de Lezcano se suspendió en su consecuencia; y fué tan palpitante la prueba de su inocencia que se le restituyó acto continuo su libertad y el buen crédito de que siempre había disfrutado. El clérigo fugó del Cabildo después de sentenciado circunstancia que demostró a las claras su culpabilidad no discutida y aún se refiere que naufragó en el rio de Chagres en Panamá y que allí fué devorado por un caimán cuando ya estaba salvándose de ahogarse, digno remate de su vileza y mal procedimiento.

Se supo entonces que el capitán Lezcano, cuando estuvo en capillo había prometido con la fé y desesperación del que van a ahorcar en breve injustamente, a la virgen de Guadalupe que se venera en Extremadura (España), ir personalmente traer de allí un facsímil de ella, si acaso salvaba del amargo y difícil trance en que se veía y de la muerte infame a que ya había sido condenado, y edificarle un templo en la provincia de Trujillo del Perú; solemne voto que cumplió a fuer de ser caballero y del patente milagro operado con tanta eficacia tratándose de su persona; emprendió pues viaje a la Península y al terruño y allí consiguió que un escultor reprodujese la imagen con la mayor exactitud y se regresó con ella sin mayor demora al Perú, en el año de 1562.

Al principio la colocó provisionalmente en una capilla de su propio huerto. Dio después el terreno más que suficiente en que erigirle el templo; heredades que sustentasen a los religiosos agustinos, que debían ser los mantenedores del culto de la referida imagen; y rentas suficientes con qué cubrir todos los gastos que éste y la decencia naturalmente exigían. En 1565 fabricó ya una costosa iglesia que fué destruida por el terremoto de 14 de Febrero de 1619; y entonces se mudó de convento, que se ubicó a distancia de un cuarto de legua más en cuyo paraje se construyó otro templo más amplio, con su convento anexo, en el que se venera a dicha virgen; formándose con el tiempo y ese culto especial, lo que es hoy el pueblo de Guadalupe, en donde el 8 de Diciembre de cada año se hace una gran fiesta religiosa y feria comercial al mismo tiempo que tiene, cual la de Monsefú, gran fama en todo el norte del Perú.

"En otro tiempo, dice el doctor Cosme Bueno en su "Descripción de las Provincias pertenecientes al obispado de Trujillo", concurrían a esta fiesta de 5 a 6 mil personas de casi todo el Reyno. En 1760, hallábase ya muy tibia la referida devoción”.

Revista Mundial

Lima, 26 de noviembre de 1920.

Año I, Numero 31.


 [C1]

No hay comentarios:

Publicar un comentario