APOTEOSIS
A la memoria del fusilamiento de los Hermanos Fernando y
Justo Albújar y su compañero de martirio Manuel Guarniz el 28 de octubre de
1880, en la ciudad de Guadalupe.
Es una fría mañana,
densa nieve al cielo cubre,
mañana del mes de octubre,
silenciosa y funeral;
y una Villa antes galana,
como una virgen doliente,
dobla la prístina frente
ante un designio fatal.
Es Guadalupe, la amada,
donde se meció mi cuna
donde guardo una fortuna
en su ruinoso panteón;
pues bajo cruz empolvada,
de unos sepulcros helados,
hacen huesos adorados
su legal evolución.
Es la tierra hospitalaria,
centro de paz y bonanza,
donde el peregrino alcanza
siempre un asilo y un pan;
es la mansión solitaria,
en cuyo recuerdo santo,
doy treguas a mi quebranto
y dulcifico mi afán.
¿Qué tiene este noble suelo
en otrora tan dichoso
que así alteran su reposo
as sombras de la aflicción?
¿Porqué con hondo desvelo
sus pacíficos vecinos,
se ven tristes y mohínos
como en lúgubre prisión?
¡Ah! La guerra desastrosa,
anuncio de horrendos males,
en nuestros patrios anales
negra página escribió;
Y la Araucanía envidiosa,
confirmando su ralea,
á ruin é injusta pelea
artera nos provocó.
Cuatro años de ruda guerra
en el Perú valeroso,
siempre noble y generoso
por sus derechos luchó;
que, con infamia que aterra
y furia de hambriento lobo,
a la matanza y al robo
Chile vil se dedicó.
En esta etapa de duelo,
en esta odisea cruenta,
Guadalupe nos presenta
un episodio de horror;
recuerdo que un desconsuelo
dá al alma en sus desengaños,
hoy hacen treinta y siete años
de este hecho desolador.
Son las diez de la mañana,
todo en silencio perdura,
negro signo de pavura
pinta al final la situación;
y una facción miliciana,
brotada de inmundo cieno,
sale del cuartel chileno
y se encamina al panteón.
A su diestra y resignados
por este destino infausto,
van á darse en holocausto
por su patria y por su honor;
dos seres ¡ay! Desgraciados
de un mismo seno nacidos,
y que conformes y unidos
va á ultimar el invasor.
Es Fernando, el laborioso,
y Justo el adolescente,
digno, leal, inteligente,
de bien puesto corazón;
y un compañero afectuoso,
Guarniz de contraria suerte,
recibe la misma muerte,
llena la misma misión.
Suena el clarín destemplado
una marcha funeraria,
vil estrella solitaria
desplega al viento su faz;
y en el semblante angustiado
de los que infamia inmola.
de Gloria brillante aureola
derrama luz inmortal.
A la vez en los hogares
de la villa memorada,
un adiós de alma angustiada
Se oye tierno percutir;
las niñas lloraban á mares,
los hombres sienten desvelo
y hasta el vivaz pequeñuelo
se escatima de reír.
Mientras el cuadro doliente
transcurre lúgubre y serio,
han llegado al Cementerio
las huestes del vil Caín;
y con cinismo insolente
á la inocencia y pureza
abrió su fúnebre huesa
dio su postrimero fin.
¡Descansen en paz los restos
de esos nobles artesanos,
los buenos guadalupanos
siempre su tumba honrarán;
recordando esos funestos
días de tristeza y luto,
que son perenne tributo
de la pobre Humanidad!.
P.E.C.
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